Como el rumor del agua que carcome el muro que la contiene, se hacen oír cada vez más nítidas las presiones que soporta la cuarentena. Más allá del debate sanitario y económico, existen razones de orden psicológico . El esfuerzo sostenido por regular nuestras conductas dentro de un rango displacentero alcanza más tarde o más temprano una fase de agotamiento . El ejemplo más claro, y acaso mejor estudiado, es el de las dietas estrictas. La gran mayoría de las personas alcanzan un límite, abandonan el control y pierden el terreno ganado. En los peores casos, incurren en desbordes alimentarios. Del mismo modo, la cuarentena pone a prueba nuestras capacidades de autorregulación .
No hacer las cosas que hacemos siempre y hacer aquellas que habitualmente no hacemos requieren de un gran esfuerzo. Y la fatiga mental resultante puede llevarnos a querer patear el tablero. Por ello, para que la salida de la cuarentena no ocurra por desborde antes del momento indicado y que luego se cumplan los objetivos de tipo sanitario, debemos prestar atención a la conducta humana . En primer lugar, no deberíamos saltar del barco sin llegar a tierra firme o, al menos, sin tener los botes preparados. La cuarentena funcionó bien desde el punto de vista conductual por lo menos por tres motivos. La consigna fue simple y precisa, se comunicó en forma clara y unívoca, y se apoyó en la fuerza de la autoridad.
En lo que viene, no alcanza con decretar una nueva fase sin definir con precisión las conductas permitidas y las no permitidas y comunicarlo eficientemente. El acatamiento dispar del distanciamiento social previo al decreto de cuarentena estricta es la prueba de ello. Cada uno lo interpretó de una manera diferente provocando conductas laxas y heterogéneas. Los objetivos sanitarios se mantendrán solo si las personas mantienen las conductas correctas más allá del muro. Tampoco funcionará una invitación optimista a la responsabilidad de la gente.
Cuando alcanzamos el umbral de agotamiento, nuestra forma de evaluar las circunstancias y de tomar decisiones opera con recursos cognitivos limitados. Somos más propensos a actuar de forma automática e impulsiva y somos presa fácil de la «madre de todos los sesgos»: la sobreconfianza, que nos invita a creer que ya estamos seguros. Corremos el riesgo de abandonar las medidas de seguridad de golpe y pasar de todo a nada . Es preciso señalar con claridad que el peligro continúa.
Otro riesgo importante es que la cuarentena se vuelva un ícono de disputa entre facciones. Cuando un grupo se identifica en un bando por una postura frente a un tema, incurre en el llamado razonamiento motivado y luego no escucha argumentos científicos. Se ha estudiado con el cambio climático y otros temas que inducen a la polarización.
La próxima etapa debe basarse en evidencias científicas y apoyarse en pilares de conducta sólidos si esperamos que nuestros esfuerzos demasiado humanos se sostengan en el largo plazo.
*Fernando Torrente, psicólogo, director del Instituto de Neurociencias y Políticas Públicas de la Fundación INECO.
Fuente: La Nación