Aun con salidas recreativas permitidas en las últimas semanas, el aislamiento dispuesto para prevenir el avance del coronavirus produjo un quiebre de los hábitos más básicos en la vida de los pequeños y algunos antes que otros acusaron el golpe y comenzaron a manifestar señales que deben ser tenidas en cuenta. Las consecuencias del impacto psicológico del “quedate en casa”
La pulsión de muerte ronda permanentemente por las noticias y los comentarios constantes, se resignifican pérdidas anteriores y se temen pérdidas futuras. Aparecen miedos nuevos o que ya se habían superado, pesadillas y trastornos del sueño como una manera de depositar y tramitar allí la angustia que se vive.
Muchos padres, asustados, transmiten sin intención el mensaje de que quien debe proveerles seguridad tiene temor.
La falta de actividad física y libertad de movimientos se expresan con fastidio y malhumor.
Y en el medio, el estado emocional de las niñas y los niños, quienes, sobreadaptados en un principio en apariencia a la situación, con el paso del tiempo comienzan a manifestar “señales” que los especialistas llaman a no pasar por alto.
“Lo primero que me parece interesante destacar es que por alguna razón pensamos que el mal físico o psíquico aparece como si se tirara una bomba, de un día para el otro, y las repercusiones, en realidad se empiezan a ver a lo largo en el tiempo. Puede haber un efecto inmediato, pero el mayor problema es posterior”. El médico psiquiatra y neurólogo Enrique De Rosa (MN 63406) destacó el hecho de que “desde el día cero, los niños -algunos más, otros menos- escuchan hablar sobre la muerte y cada chico interpreta la realidad como puede: a algunos no les pasará nada, y otros se asustan”. “Y el que se asusta lo procesa como puede -insistió-. Con el tiempo, sigue procesando la realidad y si la procesa mal puede elaborar distintos conflictos”.
Consultado por Infobae sobre cuáles pueden ser esas manifestaciones, señaló, por caso, “una fobia a los otros”. “Un pequeño mensaje puede no ser recibido racionalmente; en una de esas el niño interpretó que la distancia social implica que hay que tenerle miedo a la gente, y además ahora la gente anda por la calle con máscaras”, ejemplificó.
“Es la primera vez que nos toca en nuestra época lidiar con esta sensación de que cambió nuestra rutina por una imposición externa que fue muy rápida”, consideró en tanto la médica pediatra Paula Otero (MN 99348), quien resaltó que en la mayoría de los hogares “la dinámica familiar está supeditada a cuando los niños se escolarizan: los padres trabajan cuando los chicos están en la escuela y que la escuela hoy ‘funcione’ en casa también trastoca todo”.
Para ella, “hay que entender que es muy difícil pedirles normalidad, o que estén de buen carácter cuando uno mismo no puede estar tranquilo”.
“Estamos todos preocupados, ansiosos, nerviosos porque lo que rige nuestra vida es la incertidumbre, y el hecho de que nadie pueda decir cómo va a seguir esta situación nos lleva a una dicotomía constante -aportó la pediatra-. La diferencia es que los chicos tienen los sentimientos a flor de piel y lo manifiestan. Además, les cuesta manejar la frustración, no es como cuando están enfermos que saben que cuando se curen vuelven a su normalidad”.
De Rosa remarcó que “las fobias infantiles son muy importantes”, y amplió: “El nene probablemente no diga lo que le pasa, se va a recluir, puede somatizar tardíamente con una fiebre, un malestar estomacal, no comiendo, volviendo a hacerse pis en la cama o desarrollando algún tic nervioso”.
“Cuando los niños atraviesan una situación que emocionalmente los moviliza y no la pueden verbalizar, somatizan, y una de las manifestaciones que pueden observarse son tics, tartamudeo y eso no se cura con medicación; es más, eso no hace más que validar el síntoma y esa persona a partir de ese momento empieza a ser dependiente de ese fármaco”, resaltó De Rosa, para quien “el síntoma siempre avisa que algo está pasando, es simplemente la alarma, por lo que cualquier chico que manifieste algo en realidad es lo más sano porque demuestra que está preocupado y no le es indiferente lo que está pasando”.
“Creo que lo que ocurre es la exposición al estrés, que se genera por un lado a causa del encierro prolongado y por otro lo que los niños absorben de los padres”, observó el médico neurólogo infantil Nicolás Schnitzler (MN 107885), quien señaló que “la mayoría de los niños suele tener tics transitorios; el debut en esta época lo atribuiría al estrés y a algunas razones genéticas, aunque no puede decirse que exista una sola causa”.
Según precisó el especialista de Ineco, “la situación de estrés persistente genera mayores niveles de catecolaminas que repercute en una mayor cantidad de dopamina a nivel cerebral y ésa puede ser una explicación”. Y si bien tranquilizó al asegurar que “la mayoría de los casos tienen una duración menor y suelen ser motores y lo habitual es que una vez que inician se vean con cierta frecuencia hasta que se atenúan y desaparecen”, aclaró que “si superaran el tiempo de un año y fuesen cambiantes requiere otra evaluación”.
Sobre qué hacer ante la aparición de tics nerviosos motores o vocales, Schnitzler llamó a “no asustarse y tratar de modificar los factores estresores modificables”. “La situación que estamos viviendo es un escenario que colabora en activar predisposiciones o exacerba características que quizá en la normalidad eran leves y el factor común es el estrés, la falta de rutinas que lograban un mejor equilibrio”.
Así, para De Rosa, “el síntoma es el reflejo de una emoción que no sabe verbalizar”. “El tema es cómo se manifiestan los síntomas -analizó-. Un chico no es un adulto en tamaño pequeño, tiene sus propias formas de manifestar lo que le pasa: tal vez antes no dibujaba y ahora sí, le gustaba mirar tele y ahora no, de repente habla poco o mucho. Esa modificación de su comportamiento denota que algo está pasando”.
“Un chico se representa como chico en el contacto con sus pares; nunca un niño estuvo ligado a la idea de quedarse quieto”, aportó el psiquiatra, quien alertó sobre el estrés post traumático que podría devenir de esta situación y cómo se adaptarán los niños a la “nueva normalidad”.
“El cerebro funciona por neuroplasticidad, se necesitan entre tres y seis semanas para que un comportamiento empiece a cambiar y se convierta en hábito -explicó-. Se supone que nuestra capacidad de comunicación se está modificando continuamente. Cuando un comportamiento se sostiene en el tiempo se aprende y los chicos están aprendiendo que esta es la normalidad”.
Así, para él, “si no se actúa rápidamente, el síntoma traumático se instala”. “Mientras esté el síntoma hay algo que se está elaborando, el trauma psíquico ocurre cuando el síntoma desaparece”, reforzó.
En opinión de Otero, “en este momento lo más difícil es darles la contención que necesitan y no exponerlos a las noticias”. “Se habla de muerte y ellos el concepto no lo tienen; por otro lado las pantallas pasaron a ser nuestras aliadas a la hora de tener conexión con quienes no podemos estar cara a cara; los niños necesitan ver a sus seres queridos”, consideró la pediatra, quien remarcó que “es válido darles el espacio para que estén mal”.
“Se agotan los recursos y lo que nos cuesta a los adultos es explicar que es normal que esta situación nos genere esas sensaciones -coincidió Schnitzler-. Si estamos tristes, aclararles que es parte de este proceso y hacerles saber que se va a terminar”. “Otra herramienta puede ser planificar cosas que podríamos hacer cuando esto acabe; el rol del adulto es clave, ya que todo lo que sentimos lo transmitimos de alguna forma”, agregó.
“Probablemente tengamos que convivir con este virus un tiempo, y así como el el adulto siente la zanahoria cada vez más lejos, el desafío es cómo transmitir a los hijos esa idea sin generarles frustración”, sostuvo Otero, para quien “tampoco se trata de ser ‘el super padre’, pero sí explicarles la situación y blanquearles que no se sabe cuánto va a terminar”.
Para finalizar, desde la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) admitieron que “ante esta situación excepcional, es importante hablar con claridad de lo que está pasando, siempre adecuando qué y cómo se dice, de acuerdo a la edad a quien va dirigido”.
Y aconsejaron:
– Anticipar momentos de enojo y discusiones para disminuir la angustia.
– Evitar exposición a los medios de comunicación. Tanto los niños como los adultos.
– Favorecer el ordenamiento interno con algunas rutinas, actividades y horarios.
– No generar expectativas ante la realización de tareas escolares en momentos de poca tolerancia.
– Desarrollar conductas flexibles y adaptadas a las diferentes situaciones que se vayan produciendo en el hogar.
– Mantener espacios de juego y diversión para promover emociones positivas.
– Contener los momentos de descontrol de los chicos, manteniendo la calma y ofreciendo alternativas que generen interés.
– Tratar de generar un clima emocional donde se puedan expresar los sentimientos.
– Crear espacios de privacidad, respetando si algún integrante de la familia quiere estar solo.
– Mantener los vínculos amorosos y la interacción con los abuelos, tíos, primos por algún medio,
– Enfatizar la importancia de mantener vínculos sanos.
– Los abuelos y abuelas son de vital importancia. Mantener el contacto con sus nietos, a través de una charla, relatar un cuento a distancia, contar historias familiares, es de gran sostén emocional para todos.
– Apoyarse entre todos es fundamental. Cada uno con sus fortalezas.
– En la familia, independientemente de cómo esté formada, que circule amor, se contenga el dolor, se permita pensar y se promueva esperanza.
Fuente: infobae.com